
Buscando a Dory: Un abrazo al corazón
Trece años después del éxito de Buscando a Nemo, Pixar decidió volver al océano con una historia más íntima y emocional, centrada en uno de los personajes más queridos del universo submarino: Dory.
Dirigida por Andrew Stanton y Angus MacLane, Buscando a Dory se estrenó en 2016 como una secuela que, si bien no busca expandir radicalmente el mundo ya establecido, se enfoca en tocar fibras emocionales a través de una narrativa centrada en la identidad, la memoria y la pertenencia.
La película arranca cuando Dory comienza a tener fragmentos de recuerdos sobre sus padres, y decide emprender una travesía para encontrarlos. A diferencia de la primera entrega, en donde el objetivo era rescatar a Nemo, aquí la búsqueda se vuelve mucho más personal.
El viaje de Dory no solo es físico, sino también emocional. A lo largo del filme, conocemos nuevas criaturas como Hank el pulpo, Destiny la tiburón ballena y Bailey la beluga, quienes aportan a esta travesía con momentos divertidos y entrañables. Pero más allá de lo visual —que, como siempre en Pixar, es impecable— lo que destaca es la humanidad que hay en esta historia acuática.
Buscando a Dory no intenta revolucionar lo ya visto, pero sí busca conmover, y lo consigue con creces. El relato sobre la búsqueda de uno mismo y el miedo a olvidar —o ser olvidado— cala hondo. Dory se transforma en una heroína entrañable, que a pesar de sus limitaciones, demuestra que la constancia, el cariño y la esperanza pueden superar cualquier barrera. Es una película que se siente como un cálido abrazo al corazón, ideal para quienes quieren emocionarse y reencontrarse con su niño interior.
Una secuela que cumple con su objetivo de emocionar, aunque no se sienta tan imprescindible dentro del universo de Nemo. Aun así, el cariño que transmite y el viaje de crecimiento personal que propone la hacen una experiencia digna de ver. Se lleva un 7.0 de 10 en nuestra escala submarina de ternura.
Nota: 7.0